¿Qué es el olvido y por qué ocurre? ¿Es una falla de la memoria o hay algo más? ¿Por qué hay personas que no pueden olvidar un suceso traumático, mientras que otras lo han borrado de sus recuerdos? ¿Hay que destapar procesos olvidados y llevarlos al presente para revivir el dolor? ¿El olvido inconsciente es un mecanismo espiritual? A través de mis reflexiones y un relato personal, responderé a todas las interrogantes que se te pudieran presentar.
Índice del contenido del artículo:
¿Qué es el olvido?
El olvido es un tema que suele ser abordado a través de un enfoque médico que podría involucrar áreas como la fisiología, la neurología y la psiquiatría, entre otras.
Sin embargo, lejos de la necesidad de profundizar en estas áreas de la medicina, es evidente que hay diversos factores que intervienen en ese proceso, pero lo emocional suele desempeñar un rol significativo.
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Es muy difícil olvidar una experiencia traumática, puesto que el recuerdo de lo vivido se adhiere en la psiquis humana, al contrario de información o eventos sin relevancia que suelen ser olvidados en muy breve plazo.
Algunas personas tienen tantas dificultades para olvidar esos recuerdos, al punto que niegan lo sucedido como si el evento nunca hubiese ocurrido, a pesar de que les dejó una imborrable cicatriz emocional.
De hecho, algunas personas sufren un trastorno poco usual que consiste en la capacidad de recordar los más mínimos detalles de cada día vivido, hecho que conlleva la incapacidad para olvidar, algo tan doloroso como la dificultad para recordar.
En este último caso, olvidar no es malo, puesto que el cerebro vuelve inaccesible el alcance a recuerdos inútiles e irrelevantes que podrían saturar nuestro sistema de procesamiento mental.
Haciendo un paralelo con la informática del día a día, «nuestra memoria RAM» es susceptible a recargarse en exceso y por esa razón hay que «resetearla» (tal como hacemos con los dispositivos electrónicos) para tornarla más funcional.
Por consiguiente, el olvido no es un fallo del funcionamiento de la memoria: es un mecanismo automático de defensa. Cuando ocurre una experiencia dolorosa que produce trauma, lo único que desea la persona afectada es lograr minimizar los efectos del recuerdo que le hace sufrir.
¿Hay que destapar procesos emocionales?
Estoy seguro de que habrás conocido casos de personas que acudieron a terapia para encontrar respuestas a ciertos bloqueos emocionales y fueron guiadas hacia el destape de las olvidadas vivencias que los ocasionaban.
En algunas situaciones, este procedimiento podría haber facilitado la comprensión de lo ocurrido, su posterior aceptación y el subsiguiente acto de perdón (hacia si mismo o hacia el victimario, si fuera el caso).
En otros casos, es factible que la apertura de procesos emocionales que fueron ocultados por la psiquis del individuo, pueda desencadenar fuertes crisis de sanación… que no todos están en condiciones de encarar y procesar.
Este es un tema contradictorio que conlleva una gran responsabilidad por parte del terapeuta (de la naturaleza que sea) que deba atender un caso de esta índole.
Quizás algunos facilitadores defiendan la idea de que «hay que destapar procesos». Yo les preguntaría: ¿Es realmente necesario? ¿Le pides a tu asistido su explícita autorización para hacerlo? ¿Le explicas cuáles serían las consecuencias? ¿En esto interviene el ego de quien cree poder convertirse en el salvador de la humanidad?
El olvido espiritual
Además de olvidar sucesos dolorosos que hayan ocurrido en vida, hay otro olvido que debemos considerar: el olvido de tus anteriores procesos evolutivos (o de vidas pasadas, como se les llama).
Si estás consciente de que eres un espíritu que viste un traje terrenal para tener una experiencia aleccionadora que te haga crecer a nivel evolutivo, sabes muy bien que no tienes la capacidad para acceder a los recuerdos de esas vivencias anteriores.
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Tales recuerdos están vinculados a tu propio plan evolutivo, aquel que programa las vivencias y las enseñanzas que depuran tu elevación espiritual. Este será un proceso donde irás alcanzando una comprensión más amplia acerca de tu existencia en diferentes niveles perceptivos, donde unos son más densos que otros.
Desde ese punto de vista, cada experiencia de vida es la continuación de un proceso en el que vamos depurando lo necesario para alcanzar el equilibrio entre lo humano y lo espiritual.
Destapar procesos de vidas pasadas
Cada experiencia terrenal aporta al Yo Multidimensional una serie de aprendizajes secuenciales y acumulativos.
Si bien bien hay una continuidad en dicho proceso (que podemos ver como una suerte de carrera de estudios por etapas), nuestra limitada visión humana solo nos posibilita percibir el reto que enfrentamos en el ahora… más no «el regalo» que ello podría suponer.
¿Por qué? Porque si conocieras en detalle los sucesos que el plan maestro te reserva, te resistirías a ellos, obstaculizarías todo el proceso y al final nunca alcanzarías el objetivo evolutivo.
Es más: si tuvieras acceso al contenido de tu contrato – ese que está escrito en «letra menuda» – no sabrías interpretarlo con tu limitada visión humana.
Por eso, el velo del olvido es indispensable.
A pesar de ello, muchas personas se obsesionan con explorar «vidas pasadas», en la creencia de que ese conocimiento les aportará mayor sabiduría para enfrentar sus procesos actuales.
No niego que en ciertas situaciones podría ser reparador darle un vistazo a procesos anteriores y relacionarlos con los actuales, pero… ¿Es válido y necesario para todos los casos? ¿Como saber si se está interpretando adecuadamente la información? ¿Es un riesgo abrir esa «Caja de Pandora»?
Un relato sobre el olvido
Las palabras que leíste son consecuencia de una profunda reflexión acerca de los mecanismos que el proceso evolutivo ha establecido para nuestra protección. Sin embargo, con la finalidad de ilustrar el tema y sus alcances, te comparto un relato personal sobre el olvido.
Hace dos décadas y media, después de haber vivido muchos años fuera de mi país, regresé y me reintegré a mi familia original… a escasos dos meses del fallecimiento de mi madre.
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Mientras me encontraba revisando viejos álbumes de fotos familiares (todo un clásico), me topé con una serie de fotografías que retrataban sucesos ocurridos durante un determinado período de mi infancia (entre los 10 y los 12 años de edad).
Debo decir que quedé sorprendido porque no recordaba haberlos vivido: dicho de otra manera, a mi criterio esos sucesos nunca existieron.
Quienes me conocen bien, saben que no suelo exponer mis intimidades y menos las familiares. Sin embargo, puedo comentar que tales fotos documentaban eventos de familia (relacionados con mi madre) cuyo recuerdo pudo haberme ocasionado una profunda herida emocional.
Aunque dicho potencial no ocurrió porque mi memoria borró lo ocurrido, si yo hubiese atesorado ese recuerdo me hubiera sentido traumatizado y quizás me hubiese costado mucho perdonar.
Ese descubrimiento me hizo recordar que en una oportunidad anterior – tal vez unos dos o tres años antes de que falleciera – mi madre me preguntó por que yo sentía rencor hacia ella. Yo lo negué – era la verdad – pero mi madre decía sentir que «yo la rechazaba».
Nunca pude comprender por que motivo dijo esas palabras… ¡Hasta el momento en que vi esas fotografías!
Al final llegué a la conclusión de que mi madre se sentía culpable por lo que había hecho (o dejado de hacer, que es lo mismo) y proyectaba hacia mí las consecuencias de ese sentimiento, en la creencia de que yo quedé marcado por sus decisiones.
Sin embargo, eso no sucedió porque yo no tenía (ni tengo) recuerdos de ese evento.
¿El olvido inconconsciente es un mecanismo espiritual?
Después de revisar a consciencia los eventos que relaté, me resulta evidente que lo ocurrido no se relaciona con un fallo de funcionamiento de la memoria.
Al pedir respuestas a mis amorosos guías, recibí la siguiente explicación: se activó «el interruptor de protección de sobrecarga emocional».
Cuando ocurren eventos que sobrecargan las emociones, dicho botón se activa (en algunos individuos más que en otros) para borrar recuerdos traumáticos y poner el sistema emocional a salvo, de forma que la persona pueda avanzar a través de la vida sin mucha carga sobre sus hombros.
En este caso, el interruptor de protección de sobrecarga emocional borró los dolorosos recuerdos, de forma que las consecuencias de ese evento no afectaran la relación con mi madre y se evitara que yo tuviera que cargar con un intenso dolor emocional durante más de tres décadas… o por toda la vida.
Lo interesante sobre la activación de este mecanismo del olvido es que pude vivir tranquilo y alejado del drama durante todo el tiempo en que mi madre estuvo presente en mi vida, de forma que lo sucedido no marcó mi infancia y adolescencia, ni tampoco afectó mi relación con ella.
Además, los desconocidos mecanismos de mi proceso evolutivo se encargaron de ponerme en contacto con ese suceso, pero solo después de que mi madre falleciera… y eso es lo relevante.
A la luz de mi madurez y del tiempo transcurrido, pude darme cuenta de que circunstancias personales y familiares llevaron a mi madre a tomar ciertas decisiones que la afectaron más que a mí… Es evidente que todo formó parte de un proceso que ambos pactamos sin tener consciencia de ello.
Debido a eso, es bueno considerar que un mismo suceso puede ser recordado e interpretado de manera diferente por sus protagonistas. Mientras una de las personas no recuerda lo ocurrido (y por consiguiente, está a salvo), la otra cree lo contrario. Allí se puede percibir que uno de los dos protagonistas estaba pre-destinado a cargar con las consecuencias de sus actos.
Expresado de otra forma, así como se suele pensar que la víctima siempre es la más afectada, no es menos cierto que el victimario también lo será: todo dependerá del programa evolutivo que cada quien deba cumplir.
En este caso, el victimario se convirtió en la víctima de sus propias decisiones.
El relato de Emily
A menos de 24 horas de la publicación de este artículo, una suscriptora de nuestro newsletter me envió un relato personal que valida la manera en que funciona el mecanismo espiritual que describí. Por su relevancia, decidí anexarlo inmediatamente.
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Profesor Mario, le saludo cordialmente.
Después de leer su artículo, decidí compartir lo que me ocurrió en relación al mecanismo espiritual del olvido.
Cuando quedé embarazada, el padre de mi hijo me abandonó al enterarse de mi estado y desde ese momento, tuve un embarazo complejo.
A partir del quinto mes de embarazo presenté una placenta previa (centro oclusiva parcial), pero desde el sexto mes tuve pérdida de líquido amniótico y riesgo de sufrir un aborto: en fin, tuve que cuidarme muchísimo.
Apenas nació mi hijo, se le presentó una hipertensión pulmonar severa que obligó a ingresarlo de inmediato en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales, donde permaneció 13 días en terapia intensiva.
Al ser dado de alta, lo pude tratar en casa con cuidados extremos y controles periódicos junto con un equipo médico multidisciplinario.
Después de ese difícil proceso, no quedaron en mi hijo secuelas físicas serias, excepto que presenta TDAH (trastorno de déficit de atención asociado con hiperactividad e impulsividad). En razón de ello, desde los 3 años de edad ha asistido a terapias neuro-pediátricas, psicológicas, conductuales, ocupacionales y de lenguaje. Al día de hoy me siento tranquila porque está avanzando bien en todas las áreas.
Las razones que me llevaron a compartir mi relato (me identifiqué con todo lo que explica el artículo) es que no logro recordar los primeros 9 meses de vida de mi hijo, quien ahora tiene 9 años.
Confieso que ni siquiera recuerdo que lo amamantaba… aunque se que lo hice.
Lo relevante de lo sucedido es que justo cuando mi hijo cumplió 9 meses, ocurrieron varios eventos sincrónicos: los especialistas médicos le dieron de alta, pude bautizarlo y su padre me contactó nuevamente con la intención de formar parte de la vida de mi hijo y apoyarnos económicamente.
A partir de ese momento, que representó el fin de una difícil etapa y un prometedor comienzo, ¡comenzaron a ordenarse mis recuerdos!
Supongo, tal como se explica en el artículo, que activé inconscientemente el interruptor de protección de sobrecarga emocional para aislarme de las abrumadoras vivencias emocionales que me sobrepasaban y que por lo visto, no tenía la capacidad para enfrentarlas de manera óptima durante ese período de crisis.
¡Gracias por sus aportes, Profe!
Emily
El relato de Susana
Hola, Mario.
Lo que relatas me sucedió dos veces.
La primera vez fue cuando estaba dando el curso de «Manos sin Fronteras». En esa ocasión, el organizador del evento me reprendió duramente durante el break por no haber hecho algo que me había pedido
A pesar de que el suceso me afectó (sin que yo lo registrara en mi consciencia), pude seguir dando el curso gracias a la activación del mecanismo del olvido que explicaste (inclusive fuimos todos en grupo a tomar algo).
Sin embargo, cuando en la noche me llamó una amiga para preguntarme como había soportado el maltrato de ese energúmeno, logré recordar lo sucedido (lo había borrado completamente) y en consecuencia, llamé a la persona que me había maltratado, le dije de todo y dejé de colaborar con él.
La segunda vez que sucedió algo similar fue cuando la psiquiatra de mi marido me citó para decirme que él tenía Alzheimer. Inmediatamente que me dio esa devastadora información, la psiquiatra tuvo que salir de prisa para asistir a una paciente accidentada, dejándome sola para digerir una dura noticia que fui incapaz de procesar.
Solo un tiempo después recordé como me sentí y para entonces, había descubierto que mi marido nunca tuvo Alzheimer, sino pequeños ACVs.
Susana
El interruptor de protección de sobrecarga emocional
La fragilidad emocional está vinculada con nuestro contrato evolutivo.
Cada contrato personal podría activar memorias dolorosas, pero tener a disposición este interruptor sería un recurso formidable para apagarlas, ¿verdad?
Nuestro inconsciente posee un mecanismo automático para protegernos de sobrecargas emocionales. Ello activa una piadosa actitud enfocada hacia nosotros y hacia la persona que pudo haber cometido un acto, cuyas consecuencias no supo procesar.
En mi opinión, considero que no siempre es necesario revivir situaciones pasadas para buscar las respuestas que faciliten sanar nuestro sistema emocional.
Créeme: el inconsciente, que sabe más que el consciente, borra de la memoria todo lo que no le hace bien, con la evidente finalidad de no perpetuar el dolor de un trauma.
Además, el sistema de protección es tan sabio y benevolente (como lo fue en mi caso) que solo libera la información cuando el ser humano está listo para procesarla… aunque en otras ocasiones, tal vez nunca la haga accesible (razones habrá, pues cada caso es un caso).
El adagio popular dice que «a veces es mejor no saber».
Si ese «algo» te protegió, fue por una importante razón. ¿Por qué ir en contra? ¿Por qué no fluir con lo que se te concedió?
Si viviste toda tu vida sin saber algo que no te hizo falta conocer, ¿por qué forzar la obtención de respuestas que no sean necesarias?
Recuerda: si tu cuerpo se incomoda y tu corazón se siente oprimido, tu inconsciente te ha respondido.
Mario Liani
Foto de portada por Wallpaperflare.com